A esta señora, Cifuentes, le pasó lo que a Mike Oldfield, un chaval de dieciséis años que vendió otros tantos millones de unidades de su primer disco. Las genialidades precoces, o que las protestas alumbren en otoño como champiñones, tienen sus inconvenientes. En el caso del autor de Tubular Bells, saber que tu vida va a ser a partir de entonces, antes incluso de la maquinilla de afeitar, una cuesta abajo. Por eso aquel muchachote imberbe y solitario decidió que su existencia, al menos musicalmente, consistiría de allí en adelante en modular, y empezó por las mozas que le pusieron voz.
Una vez le pregunté a Mike Oldfield cómo había superado tamaño éxito a una edad tan temprana y reconoció que no pudo asimilarlo. “Me escapé a las montañas, a un lugar lejano poblado por corderos, y bebí mucho alcohol”, respondió el otrora adolescente prodigio, que lleva ya casi medio siglo echando balones fuera sobre su obra posterior, viéndose una y otra vez forzado a responder si será capaz de engendrar una composición que supere a la primera.
Si no es fácil modular la voz, imagínense el discurso. Pese a ello, los políticos se esfuerzan cada día por hablar en falsete, cambiando su tonalidad como quien muda de eufemismo. Cristina Cifuentes, que es la delegada del Gobierno en Madrid, una redundancia comparable a tener un portavoz de la Santa Sede en el Vaticano, ha salido diciendo que hay que “modular” el derecho de reunión y manifestación porque la ley es “muy permisiva y amplia”.
Y nada, que me ha hecho pensar en las modulaciones de Mike, que no dejan de ser una justificación eterna de su pecado original. A lo mejor a usted lo de modular le recuerda a su peluquera cuando le comenta que sólo le va a cortar las puntas y luego se lleva toda la cabellera ella.
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